La Caña de Azúcar en Almuñécar. Una aventura milenaria en el Valle de Río Verde
Opinión/ Nicolás Antonio Fernández
Con el respaldo de la asociación Almuñécar Patrimonio Cultural y la colaboración de Fupia (Fundación Patrimonio Industrial de Andalucía), he presentado hace unos días un nuevo relato sobre la historia de Almuñécar.
Durante más de mil años la caña fue el principal motor de la economía de Almuñécar y la vega del río Verde. Pero no representa un nuevo libro sobre la caña de azúcar sin más. Es el libro que recoge, en la medida de lo posible, a sus personajes primordiales a través del tiempo. Sus nombres, sus inquietudes y su legado no aparecen en ninguna otra historia. Constituye la monografía silenciada hasta ahora sobre la aventura milenaria de la caña dulce en este valle, que se anticipa en varios siglos a ese mismo cultivo y explotación en otras localidades y villas próximas.
Por esas circunstancias tan extraordinarias, conviene destacar varias afirmaciones en ese proceso evolutivo. Estos protagonistas fueron los primeros en la plantación de cañaverales y en la elaboración de azúcar con los árabes, pioneros en la exportación de ese azúcar al resto de al-Ándalus y del mundo islámico, en su comercialización medieval a las plazas del norte de Europa y del Mediterráneo, en una colaboración conjunta de autoridades árabes y mercaderes judíos y genoveses en ese mismo tráfico; fueron pioneros en la revolución industrial azucarera peninsular a partir de 1846, pioneros en aplicar la fórmula cooperativista al sector…y, por último, cuando la fabricación de azúcar agonizó, fueron los precursores en hallar con éxito —desde principios del siglo XIX, hace más de 200 años— los primeros productos tropicales alternativos a aquel milenario cultivo.
Durante la narración se suceden, con sus nombres, los cultivadores y comerciantes medievales (árabes, judíos e italianos), sustituidos más tarde por moriscos y castellanos al frente de los diferentes ingenios y trapiches. La presencia genovesa prosigue en las centurias siguientes. El impulso de los ilustrados sexitanos a través de la Sociedad Económica de Amigos del País tiene su recompensa en las primeras décadas del siglo XIX con la regeneración de la planta y la formación de élites azucareras (Márquez, Romera y Calvente). Los trapiches preindustriales se reconvierten con la estelar tecnología de la maquinaria de vapor y al vacío, que se instala en primicia en la playa de San Cristóbal con la factoría La Peninsular (1846), secundada por San Rafael (1859-1860) y la profunda renovación del Ingenio Real del Agua.
Los clanes del sector azucarero, como los Márquez, Torrent, Seijas, Micó y, con posterioridad, los Mateos Martín, Carrasco Portero, Sánchez Chaves, Galiana Montes, Aguado Delgado, Mateos Rivas y las familias Córdoba y Franco en Otívar y Jete, compiten junto a capitalistas foráneos —como la inglesa Rein y Cía, los catalanes Plandiura y Carreras o la Sociedad General Azucarera de España—. Todos completan un amplio panorama de anécdotas en el curso de los tiempos.
Sobresale la dedicación profesional y constante de las mujeres en ese dilatado proceso productivo. Desde las fabricantes de azúcar en los tradicionales pilones o formas hasta M.ª del Carmen Torrijos y Uriarte —hermana del célebre general liberal— al frente del Ingenio del Agua. Personaje muy relevante en sus facetas de industrial, terrateniente cañera y banquera es Encarnación Márquez. El protagonismo femenino se extiende a mediados de la pasada centuria con Teresa Rivas Medina en la Azucarera Santa Teresa (La Fabriquilla) y Dolores Córdoba Puertas en la melcochera jeteña de San José.
A pesar de esa brillante historia, el patrimonio azucarero conservado resulta desolador. En Almuñécar solo quedan la residencia del empresario industrial (el palacete de La Najarra), además de la chimenea de La Victoria, los arcos del acueducto que suministraba agua al Ingenio hidráulico, algunos abrevaderos públicos al servicio de la arriería, en general, y alguna maquinaria aislada (aparte de una maqueta repartida por la geografía española y otros elementos industriales). La antigua azucarera de San Enrique en Otívar presenta el muro lateral, con restos de casillas y la oxidada rueda hidráulica o voladera. Jete, por su parte, conserva el conjunto preindustrial mejor conservado, con el abandonado trapiche dieciochesco de Santa María. En cualquier caso, todos esos pequeños vestigios son los exponentes de esta historia azucarera, la primera dedicada, en especial, al valle del río Verde.
En cualquier caso, este estudio y sus numerosas e inéditas imágenes no pueden suplir la visión panorámica del verde valle revestido con sus antiguos cañaverales, ni el dulce aroma en la zafra, ni el sabor de la caña de azúcar ni su tacto. Se ha perdido la herencia de todos aquellos sentidos que acompañaban su cultivo y la molienda, con el sonido rutinario de la sirena de la azucarera de turno y el ajetreo de los acarretos.
La ignorancia, en unión de la desidia, la indiferencia, la falta de una conciencia responsable y la atroz especulación inmobiliaria, han acabado con el enorme patrimonio azucarero —preindustrial e industrial— en Almuñécar y su comarca.
Finalmente, el libro se detiene en numerosas facetas de las últimas azucareras y melcocheras sexitanas, otiveñas y la jeteña de la familia Córdoba, su molienda de cañas, su rendimiento en azúcares y mieles, su maquinaria y bienes de equipo (con algunos inventarios técnicos rescatados), sus reformas y sus directivos, pero también y, sobre todo, sus numerosos empleados; asimismo, se reseña todo un grupo de trabajadores al servicio de aquella industria azucarera, como monderos o cortadores de cañas, costureras en los filtros o sacos de azúcar, talabarteros o albardoneros. La dimensión humana…para que no acaben en el olvido, como tampoco esta historia.
Por eso he querido hacer de estas páginas, en definitiva, un pequeño homenaje a Almuñécar y al valle, y a su histórico, inigualable, brillante y dulce pasado azucarero. Y, sobre todo, he buscado rendir un merecido tributo a todas esas personas que, con su ímprobo esfuerzo, lo hicieron realidad durante más de mil años
PIE DE FOTOS ADJUNTAS:
F1. Portada del libro.
F2. Extraordinaria fotografía aérea tomada a finales de la década de los años veinte, con el hotel Palace y los baños de Marín en el paseo del Altillo (ca) 1928. Se aprecian las chimeneas de las fábricas azucareras (San Rafael y Nuestra Señora del Carmen, en San Cristóbal, y la del Ingenio Real del Agua en San Sebastián, apenas visible la de Santa Teresa, en la plaza del Teatro). El casco urbano se concentra entre la iglesia parroquial y la mole del cementerio ubicado en el recinto del castillo de San Miguel, abrazado por los antiguos lienzos de la muralla.
F3. Cortadores de cañas y acarretos en Almuñécar (Facebook Recuerdos de Almuñécar).
F4. Empleados de la Azucarera de Almuñécar SA.