Muchos jóvenes que comienzan su vida laborar y que no tienen una formación académica o profesional especializada que les permita optar a otro puesto de trabajo, ven en las grandes superficies alimentarias un nicho de trabajo muy interesante. Pero, además de la dificultad que supone entrar en una de ellas por la gran demanda existente, no es oro todo lo que reluce.
Si no que se lo digan a los trabajadores despedidos por Mercadona Almuñécar, Salva Pages y Adela Olivares, o a los otros trabajadores que corrieron su misma suerte y que han querido apoyarles en esta lucha, contando sus historias profesionales sacadas de un tratado sobre “como interpretar los derechos laborales a medida de la empresa”.
A Salva y Adela les han echado hace apenas un mes argumentando su despido en el “incumplimiento de las normas de seguridad laboral y riesgos laborales ”, algo que ellos desmiente con rotundidad ofreciendo una versión contraria a la que aduce la encargada del establecimiento sexitano. Nos cuentan que Salva se subió a una elevadora para colocar unos pales y que Adela se limitó a darle al botón de subida y posterior bajada porque pasaba en ese momento por el almacén a coger unas cajas de frutas. Y nada más.
Kuku, con 22 años de trayectoria en la misma tienda nos contaba: “Me respondieron con un traslado a otro pueblo cuando pedí reducción de jornada para poder criar a mi hijo”.
O a Miguel, “cabeza de turco de una caza de brujas por su molesta e innegable simpatía con los clientes”, algo que, al parecer molestaba a la encargada, “que argumentó no tener filin con él”.
En la misma línea explica hoy Antonio, que después de 22 años se fue de ese mismo supermercado por “pedir que le cambiaran de puesto porque tenía una rodilla destrozada”. Le contestaron mandándolo a repartir y cargar las sacas de compras a domicilio”. El denunció a la empresa y aún sigue esperando solucionar ese conflicto laboral en los juzgados.
Tan solo en esta gran superficie de Almuñécar conocemos cinco casos que nos parecen “flagrantes”, pero que no podemos contrastar con la empresa porque los encargados nos pasan amablemente un número de teléfono de alguien de comunicación que nos dice que “no hay comentarios porque todo está puesto en manos del departamento judicial”, y por más que le preguntamos si nos puede decir si las causas del despido de estos trabajadores, afirman que no pueden explicar nada más que lo que ya sabemos.
Hoy les hemos visto llorar de nuevo, Salva de desesperación por no poder expresar su rabia y su angustia, a Adela porque no entiende nada y después de 26 años de absoluta fidelidad a la empresa entiende ser una víctima de lo incomprensible que la mantiene triste y muy deprimida.
Centenares de vecinos van a cada manifestación a apoyarles y mostrar su rechazo a la empresa. A la encargada que les ha despedido le han dado vacaciones y la propiedad “solo parece ver en nosotros y en todos los que están pasando algo como esto, una cifra a borrar en el balance de cuentas”.
CGT ha estado hoy con ellos “porque esto no se puede consentir este abuso y alguien debe parar este tipo de injusticias que se cometen cada día en los negocios de este popular y afortunado empresario español, sin que nadie pueda enfrentarse a su corte de abogados, economistas y encargados, dedicados en exclusiva a trazar planes para quitarse de en medio a los trabajadores que ya han cumplido su etapa y que pueden ser molestos por su edad y por resultar más caros a las cuentas de esta multinacional”. Muchos de ellos nos cuentan que les vigilan, les controlan, les prohíben hablar y manifestarse, y si no obedecen a la calle, que ya vendrán otros más jóvenes y baratos”.
Es una situación increíble e insostenible. Los trabajadores que permanecen en sus puestos de trabajo nos cuentan cosas que nos cuesta creer pero siempre desde el anonimato. “No os imagináis lo que estamos pasando nosotros. Nos vigilan para que sigamos trabajando con una sonrisa como si no pasara nada. No podemos apoyar a nuestros compañeros despedidos injustamente porque detrás iríamos nosotros y nos hace falta trabajar para sacar adelante a nuestras familias”. Están mal hasta el punto de “encerrarnos en el baño o el almacén para no escuchar las voces de la megafonía pidiéndoles que se unan a ellos”.
Mientras, en España, al igual que en Almuñécar, cientos de Salva y Adela atraviesan momentos terribles sumidos en el miedo a lo que pasará. Enfrentarse a este gigante no es tarea fácil “y mientras la gente siga yendo a comprar, mientras los compañeros no puedan unirse a nosotros y cada despido sea un documento más en los archivos de la central de la empresa, cada día habrá trabajadores de cincuenta años en la picota porque, al fin y al cabo, cada trabajador es un número y los números son infinitos.