Breve relato de nuestros días contado desde el mañana I: Protagonistas y antagonistas
Opinión/ Josué Díaz Moreno
Son varios los relatos que se sostienen, muchas las hipótesis y teorías que tratan de explicar el devenir de Almuñécar en aquel tiempo. Pero existe un consenso unánime en la doctrina en afirmar que la cuestión política fue el elemento más decisivo y condicionante de la vida de sus ciudadanos en aquellas primeras décadas del siglo XXI. Es por esto que los ciclos electorales municipales se vivieron con especial pasión y beligerancia. De todas ellas, y por varias singularidades que no fueron calibradas lo suficiente en un principio por los actores políticos, las elecciones del año 2023 fueron especialmente relevantes para el futuro de aquel municipio milenario.
Aquella fue la primera contienda electoral municipal en la que los bloques políticos quedaron definidos plenamente y sin lugar a equívoco antes de las votaciones. Los periodistas locales pudieron ahorrarse la eterna pregunta sobre pactos postelectorales. El Partido Popular, que hacía 12 años había sido investido con el apoyo de la izquierda local como única alternativa de gobierno al partido de Convergencia Andaluza o “de los Andalucistas” —síntesis de las múltiples denominaciones que había adoptado aquella fuerza política dominante a lo largo de la historia de la democracia local—, acabó por integrar bajo sus siglas al conjunto de los partidos contrarios al sempiterno líder andalucista Don Juan Carlos Benavides, amado y odiado a partes iguales en todos los rincones y vecindarios del pueblo. Con la excepción de la Izquierda que, tan fiel a su tradición política, competía con sus propias siglas dividida en dos partidos: Izquierda Unida y Podemos. (No obstante y, aunque ningún autor ha sido capaz de corroborarlo, no es descartable del todo el rumor que ha llegado a nuestros días según el cual, por aquellas fechas previas de formación de candidaturas, el Comité Local de Izquierda Unida, sus propias bases, sus líderes o todos al unísono, habían pedido integrarse en el bloque del PP a modo de Coalición Electoral o Agrupación de partidos).
Encabezaba aquel bloque Don Juan José Ruiz que tenía entre sus principales virtudes el don de bilocarse —en aquel tiempo, algunos oriundos aseguraron verlo tomando selfis con vecinos en dos lugares distintos del municipio a la misma hora. Más allá de estas misteriosas atribuciones, el candidato se postulaba con una retórica de renovación y futuro, por más que llevara 16 años desempeñando distintos cargos de responsabilidad en el partido y hubiera ostentado la tenencia de alcaldía del municipio durante 11 años con Doña Trinidad Herrera como alcaldesa de Almuñécar.
Por su parte, Convergencia Andaluza volvía a cimentar la candidatura en la fuerza de un liderazgo cuasimesiánico y en la fortaleza de su base social con algunos perfiles novedosos y frescos entre sus filas. Aquel partido era en sí mismo un desafío a la teoría política. Encarnaba algunas de las virtudes a las que aspiraban los partidos de izquierdas: populismo y aprobación absoluta hacia la figura de su líder —algo parecido sucedía por aquel entonces con la figura de Pablo Iglesias Turrión con Podemos—, capacidad de movilización de su militancia, gran fidelidad de su electorado —su suelo electoral no había menguado a pesar de llevar más de una década alejado del poder— y transversalidad y apoyo social heterogéneo —sectores profesionales de diversidad ideológica y capas sociales de distinto estatus y rentas elogiaban en la figura de su líder la capacidad de gestión y trabajo.
En este mismo bloque de alternativa de gobierno concurría el PSOE sin grandes cambios en el equipo y con el reto de movilizar a su militancia y rescatar votantes. Ambos partidos, que parecían volver a solapar sus destinos tras una enemistad de décadas, prometían mejores servicios públicos, mayores inversiones y proyectos atractivos reales bajo la retórica de volver a poner a Almuñécar en marcha.
Una nota característica y común a aquellas candidaturas era la presencia dominante entre sus primeros espadas de perfiles políticos con más de 15 años de trayectoria política municipal. Ello no favorecía que la ciudanía creyese en las promesas de regeneración de los partidos.
Muy ligado también a esto se explica una de la singularidades de aquel tiempo político: el desencanto. La política era percibida cada vez más como un medio para la consecución de prebendas personales, como una oportunidad para medrar económicamente. (En los estudios de la época se han revelado como prácticas habituales de la gestión municipal: el favoritismo en la adjudicación de contratos, el diseño ad hoc y a la carta de concursos selectivos para la contratación de militantes, simpatizantes y familiares, la indefinición intencionada y la manipulación interpretativa de los criterios legales en las mesas de contratación y las bolsas de trabajo para favorecer con contratos de mayor duración a los votantes amigos, el abuso de la figura de los falsos autónomos y el uso en fraude de ley de la colaboración social).
Esta desafección estuvo muy presente en aquellas elecciones de 2023, pues todas las candidaturas afrontaron dificultades para conformar sus listas electorales, algo de lo que sólo se libró el Partido Popular por razones obvias —fusionaba tres partidos políticos: PP, Más Almuñécar y ex-Ciudadanos.
Cierto es también que varios decenios de ataques cruzados, de malas prácticas y puñaladas traperas dentro y fuera de los diferentes partidos políticos, habían acabado por desvirtuar los axiomas democráticos que fundamentaban el municipalismo republicano. La política había incumplido su promesa de construcción conjunta para la gestión de los bienes comunes. En su lugar, se había cronificado la enemistad y la pelea a garrotazos, el revanchismo y la difamación.
Y en ello tuvieron también una gran responsabilidad las Redes Sociales como actor político —los Consejos de Administración de las grandes plataformas tecnológicas y sus algoritmos tenían un claro sesgo ideológico—, que fueron durante aquel primer tercio de siglo un auténtico lodazal y escenario de las más bajas pasiones —en aquel tiempo aún se daban las condiciones para manipular, tergiversar e insultar impunemente. La discordia era furibunda en el espacio virtual que, más que una representación de la realidad analógica estaba erigiéndose en un ente perturbador de la misma. Fue 10 años después, cuando la pandemia de suicidas adolescentes, que el movimiento “Young Against The Machine” impulsó el cierre de las plataformas digitales, aunque para muchos fue ya insoportable vivir con una sola personalidad y, desprovistos de su dualidad virtual, se precipitó una segunda oleada de adictos a los opiáceos de proporciones planetarias—. Lo cierto es que uno podía estar tomando café apaciblemente en una plaza con su familia mientras, desde la mesa de al lado, sus vecinos le ponían a caldo en los grupos de Facebook o viralizaban un insultante meme de sus hijos en whatsapp.
Los vínculos de buena vecindad habían sido sacrificados por la gloria de un like. Y cualquier comportamiento u opinión podría ser motivo de censura y escarnio público, porque además las Redes tenían una gran memoria: las fotos o comentarios vertidos a los quince años quedaban almacenados en la nube, disponibles para el chantaje y acoso en caso de que el usuario adquiriese relevancia mediática. Nada hizo más daño a la política en aquel tiempo que Facebook o Twiter, convertidos en un gigantesco y absurdo escaparate donde se practicaba el debate público naíf bajo una falsa elocuencia catilinaria. Aquel no-lugar será un espacio abonado para la proliferación del pensamiento acrítico, el odio y la manipulación.
En aquellas condiciones, el ejercicio de la política no era prestigiado y, en consecuencia, cada vez resultaba más difícil a los partidos atraer talento para el ejercicio de la función pública. El deseable binomio capacidad-lealtad pasó a ser una dicotomía en los procesos de elección de los candidatos y cuadros de gestión política. Por ello eran cada vez menos los candidatos de profesión liberal, relevancia social, económica o cultural, no vinculados directamente con la militancia de los partidos, algo que, por otro lado, hubiera contribuido a forjar voces críticas a lo interno de los partidos y a romper la política de confrontación de bloques instalada en Almuñécar.
Todo esto explica en parte por qué la desafección fue extendiéndose entre las generaciones de votantes, lo cual tenía un efecto directo sobre el crecimiento de la abstención, principalmente entre el electorado más joven (desde 2011 la abstención no había dejado de crecer lentamente). Al principio fue una cosa principalmente de jóvenes, de la generación Z y los milenials, pero poco a poco fue alcanzando también a la generación X e incluso a los baby boomers. Y a pesar de que no pocos politólogos y pensadores de la época advirtieron sobre aquella mayúscula amenaza, los partidos políticos fueron incapaces de renovar las prácticas y principios democráticos. (La democracia como sistema fue cada vez más un ave raris, percibido como un esnobismo o arcaísmo de la vieja Europa, que fue perdiendo influencia y legitimidad en el escenario internacional en paralelo al crecimiento del liderazgo de China).
Para finalizar, en aquellas elecciones municipales y como consecuencia directa de aquella desafección vírica, concurría un actor —o dos actores si se considera como diferentes a los partidos VOX-PATRIA, extremo este sobre el que hay poca discrepancia entre los analistas— que cuestionaba los principios y el corazón de la democracia misma: VOX era un partido de ideología xenófoba, anti-feminista, machista, racista y negacionista del Cambio Climático que cuestionaba los Derechos Humanos, la Agenda 2030 de Naciones Unidas y la Unión Europea.
En Almuñécar su sola presencia desestabilizaba más al votante de izquierdas que al de derechas porque una duda poderosa se instaló en sus conciencias y agitaba sus noches: “¿si voto a Izquierda Unida contribuyo a instalar en el gobierno municipal a la ultraderecha?”
En aquellos meses y semanas previas al 28M la demoscopia local aventuraba una posible coalición de gobierno PP-VOX con la necesaria abstención o incluso el voto afirmativo de Izquierda Unida. La popularizada sentencia “entre votar a Sarkozy o a Le Pen, elegimos a Sarkozy” con la que el representante electo de Izquierda Unida justificó en 2011, 2015 y 2019 su voto favorable a la investidura del PP para alejar del poder a los Andalucistas, era ahora una profecía auto-cumplida. Este pavor inundaba de dudas a los simpatizantes de la Izquierda, abochornados ante la posibilidad de verse retratados en los telediarios de medio país junto a la versión española del partido amigo de Le Pen.