Flor Almón, secretaria general PSOE Motril.
Dice mi amigo Cantalejo que el mayor daño a la democracia vino de la mano de una simple frase: todos los políticos son iguales. Una gran mentira que, a fuerza de repetida, se ha hecho ‘trending topic’ sin saber ni lo que eso significa.
Ha conseguido que cualquier hecho negativo se eleve a la categoría de general y ha dejado muy poco hueco a los buenos hechos y a las buenas personas que trabajan en la política, que son mayoría en todos los partidos.
Le hacen daño a la democracia los que hablan de sueldos cuando el mayor avance social para el pueblo ha sido que cualquier hijo de obrero pueda dedicarse a la política y trabajar por sus vecinos sin necesidad de ser rico y poder vivir de las rentas, como ocurre siempre que privas a la política de un sueldo. Pero es que, por encima de la necesidad incómoda de cobrar por un trabajo, hay legiones de políticos en toda España que no cobran un sueldo por ser concejales o alcaldes. Son muchos los que tiran de esas obligaciones en pueblos muy pequeños donde no sólo no hay nómina sino que tampoco hay nada que robar.
Le hacen daño a la democracia los que de forma partidista y lejana a la realidad señalan a un solo partido como nido de corruptos. Por desgracia, el reparto de inteligencia y de sinvergüenzas es muy homogéneo y democrático. Insiste en existir en todas las castas, casas y clases sociales. Los honrados y los sinvergüenzas vienen salpicando la historia de situaciones propiciadas por unos y por otros.
Desgraciadamente, hay sinvergüenzas y corruptos todos los países. En todas las religiones. En todas las clases sociales y razas. Se cuelan hasta en cada una de nuestras familias. Muchos de los que levantan la voz indignados darían uno de sus hijos porque el señor los pusiera donde haya. Muchos de los que se indignan y gritan más fuerte. Esos mismos lo vienen haciendo desde hace tiempo y de forma flagrante. Y, a veces, tampoco pasa nada.
¿Eso significa que lo mejor es abandonarse en un mundo corrupto y sin valores? Rotundamente, No. Estudié Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid. Me dieron una formación y unos principios. Unos conocimientos y unos criterios. Los sumé a los que mi familia y mi barrio me habían dado y a la genética de mis padres; y hete aquí, milagro maravilloso, que soy una persona que afortunadamente me dedico a la política porque es mi vocación. Me formé para ello y he pasado por la gestión pública sin una sola mácula. Errores sí, seguro. Errar es humano, también meter la pata.
Divino es el perdón y también el libre albedrío. La libertad de elección no sólo nos permite elegir en democracia nuestros representantes. También nos permite elegir entre la honradez y la corrupción, entre el servicio a la comunidad y el de uno mismo. Entre atender a los intereses generales o a los tuyos propios. A veces, el ciudadano que más grita es el que más tiene que callar.
Propongo una cosa. Prestemos atención a las personas: a lo que dicen y, sobre todo, a lo que hacen.
Propongo que el ciudadano no sea más partidista que el propio partido al que vota.
Propongo que el respeto sea bidireccional. Porque el político paga pronto sus errores, o aquellos errores que le atribuyan, en las urnas o en su propio partido. Pero el ciudadano que amparado la mayoría de las veces en el anonimato, insulta, ataca y mancilla el nombre de un político, sin saber ni siquiera de lo que habla, movido sólo por un odio nacido sabe Dios dónde ¿Tiene alguna responsabilidad? ¿Contribuye o paraliza la democracia? ¿Ser ciudadano de a pie te da la razón y la capacidad de juzgar y condenar impunemente? ¿Ser ciudadano de a pie te hace conocedor y portador de la razón?
Rotundamente, no. Dedicarte a la política, tampoco.
Quizás lo inteligente sea pensar y actuar juntos. Quizás el primer paso para lograr el objetivo del éxito social sea trabajar juntos sin recelos. Porque los políticos también somos ciudadanos y los ciudadanos también hacen política cada día. Quizás lo inteligente sea llevar las camisetas puestas el tiempo justo de ser elegidos. Que el campo de batalla sean los valores y los hechos, no el ruido y la manipulación.
Cuando empecé a estudiar las grandes guerras en el colegio, comprendí rápidamente una cosa: ningún bando tenía la verdad absoluta. También que las minorías son siempre utilizadas como cabeza de turco. Y los extranjeros, y los diferentes, la válvula de escape de las iras desatadas por las frustraciones de las crisis económicas. Nunca pensé que nadie podría negar el genocidio judío o los muertos en nuestras cunetas. Sorprendentemente, hay quien lo hace. Esto ocurre en el siglo XXI y créanme que les diga que no indica nada nuevo ni nada bueno.
No crean en mirlos blancos. No crean que odiar nos hace fuertes. No crean que todos somos iguales porque ese es el camino más corto para llegar a los fascismos y a los totalitarismos. Crean en su libre albedrío, en la justicia y en la generosidad. Crean en sí mismos y en lo que cada uno puede por mejorar su entorno.
No crean en los charlatanes que tienen en su carromato de las maravillas la solución para los males del mundo. No crean en los charlatanes que dicen que son mejores. No crean en los que siempre saben lo que hay que hacer porque, además de cargantes, es mentira. No es nada nuevo que la unión hace la fuerza.
No es nada nuevo que cada persona es un mundo y actúa en consecuencia. No crean que todos somos iguales. Ni nos gusta lo mismo. Ni siquiera creemos lo mismo. Incluso cuando vino Dios, unos quisieron salvarlo pero otros pudieron matarlo. Un ser de luz, un hijo de Dios no pudo ni quiso cambiarnos. Nos dio la posibilidad de elegir nuestro propio camino. Y veinte siglos después andamos en lo mismo. Buscando la tierra prometida y discutiendo sobre el bien y el mal. Divididos entre ricos y pobres, buenos y malos, izquierda o derecha.
Difícilmente unas siglas nos pondrán de acuerdo a todos pero que tampoco nos separen. Ya hemos vivido miles de años fijándonos en lo que no nos gusta. Ojalá que sea el momento de que juguemos a ganar fijándonos en lo que nos une. Sin mesías ni justicieros. Sin falsos profetas ni superhéroes implacables. Ojalá seamos capaces de arreglarlo entre nosotros, como cuando éramos chicos. Y en tu casa, en la calle y en el barrio te sentías en tu hogar. Benditos lugares comunes donde siendo todos diferentes podíamos convivir.