
Opinión/ Josué Díaz Moreno
Todo va a mejorar es el título de la novela póstuma de Almudena Grandes. Escrita durante la pandemia del Covid19, en ella, Almudena traza un profuso análisis sobre el poder y las fuerzas que amenazan a las democracias en nuestro tiempo. Juan Martín Sarmiento, conocido como el Gran Capitán, es un ambicioso empresario español con delirios mesiánicos y obsesiones megalómanas que, tras ganar democráticamente las elecciones hace una voladura del sistema desde dentro. El resultado es una España sumida en un apagón tecnológico, desinformada, aislada y sometida a la dictadura de unas élites económicas.
Sucede muchas veces que la realidad supera a la ficción y las distopías ficcionadas se quedan en un chiste —acuérdense de la peli “Contagio”. Desde el pasado 20 de enero hay quien dice que hemos entrado en una nueva era de la Historia que bien podría llamarse “Trumpoceno”.
Como el Gran Capitán, Donald Trump convenció a millones de electores a quienes prometió impugnar el estatus quo y los privilegios de las élites, justamente esas mismas que lo sostienen. Amazon, Google, Tesla, Meta son algunas de las grandes corporaciones estadounidenses que jalean a Trump, exhibiendo, ya sin pudor, una pornográfica plutocracia.
También como el Gran Capitán con Megan García, Trump tiene en Elon Musk a su lugarteniente, aunque a veces quede la duda de quien manda sobre quien. De lo que no hay dudas es de que el hombre más rico del mundo tiene el control de una potente máquina de fango (la red social X) y propaganda. El Gran Capitán, Megan García, Donald Trump y Elon Musk no han innovado, sólo aplican el códice de los viejos regímenes totalitarios: el miedo como herramienta de control, la manipulación mediática, el populismo político y la excepcionalidad como justificación de la restricción de derechos y libertades.
“Todo va a mejorar” es el lema que utiliza El Gran Capitán para someter las voluntades de los españoles apesadumbrados y temerosos por el caos y la inseguridad de un mundo en crisis perpetua. De la misma forma, y bajo la proclama del MAGA (“Make America Great Again”), todas las medidas anunciadas por el presidente Trump en estos 50 días de gobierno poseen un sustrato compartido que podríamos denominar como la política del enemigo común.
Estos serían algunos de sus elementos: Uno) Dibujar en todos los planos de la vida un enemigo visible común: las personas migrantes, las personas LGTBI, oenegés, ecologistas, la UE, China. Dos) Activar la máquina del fango para: ridiculizar y deshumanizar al otro, deslegitimar, amedrentar y expulsar a las opiniones críticas, sembrar la desinformación, los bulos, la conspiración, la paranoia. Tres) Anunciar medidas expeditivas radicales como muestra de fortaleza y autoridad frente a un mundo que se presenta caótico y a la deriva.
Cuatro) Promover un activismo del odio en los territorios: que sean los simpatizantes quienes se apropien y ejerzan esa retórica del odio basada en la aporofobia (el migrante pobre como mal de males), el rechazo a las diversidades (Trump dijo que sólo habrá hombres o mujeres) y la insolidaridad (canceló los programas de ayuda al desarrollo y sacó a su país de la OMS).
El resultado de todo ello es un espectacularísimo del odio como motor de un nuevo desorden mundial que se anuncia: deportación masiva de personas migrantes, perseguidas en iglesias y escuelas para enviar una advertencia de terror al mundo, y muy particularmente a quienes caminan desde el Sur en busca del sueño americano; expulsión de los palestinos de Gaza para construir unas Vegas en el Mediterráneo; amenazas de anexión de Groenlandia, canal de Panamá, Canadá; y legitimación de las conquistas de Estados agresores como Rusia o Israel.
En la novela, Mónica Hernández, una profesora de Historia crítica, se pregunta cómo hemos llegado hasta aquí y qué hacer para revertirlo. Uno de los fundamentos del poder omnímodo que ejerce el Gran Capitán reside en el control estatal de la tecnología, que opera como vector de las relaciones interpersonales bajo una lógica de atomizar las comunidades y aislar a los individuos. Un poco eso es lo que nos está pasando cuando la razón tecnológica que se impone en las redes sociales, caracterizada por un debate inacabado, falto de argumentos y plagado de opiniones tramposas, irracionales gamberras, sustituye a la razón deliberativa de Habermas. Otro poco está en la incapacidad de las izquierdas y la derechas institucionales para interpretar, descodificar y transformar en potencia política el malestar de nuestro tiempo y la creciente brecha de representación entre lo político y lo que se vive en los territorios.
¿Cómo salir de aquí?, ¿Cómo no caer en la desesperanza?, ¿Cómo defenderse?, ¿Cómo anticiparse y detener a tiempo la barbarie y sus espirales de odio y violencia desembocadas?
Almudena, en medio del horror, pinta una escena de una belleza grácil: durante la Cuarta Pandemia, Enrique Duarte y Laura Caballero se encuentran y caen hechizados. Él toca el violín ajeno a la danza que el cuerpo de ella traza en el aire al compás de su melodía. Desde el edificio de enfrente, Mónica Hernández observa cómo los dos jóvenes se conectan, se descubren, se besan y quedan embaucados por la magia del arte. Es un encuentro que prende una mecha de resistencia con las chispas del amor, como cuando en Casablanca, ya con los nazis a las puertas de París, Ilsa le dice a Rick “el mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”. Todo empieza ahí, con el amor como renovación de la vida, con el asombro del encuentro con el otro.
¿Cómo encontrar una imagen así en medio del declive?, ¿en qué condiciones prende la mecha?, ¿Cuál es la magia de la que surge el hechizo? Para empezar es necesario huir de la hipocresía, de los dobles discursos y las posiciones ambiguas. En tiempos trascendentes como éste sólo importa la verdad. No es momento para los discursos políticos de cartón piedra ni la mercadotecnia electoral. Como cuando la Shoah, importa respondernos de qué lado de la Historia queremos estar. Y esa pregunta importa, tanto o más, que la respondan las élites políticas europeas como nosotros, ciudadanos europeos que habitamos los barrios, porque la Historia, una vez más, nos interpela.
Volviendo a la novela de Almudena Grandes el momento clave, el giro de guion irrumpe cuando un grupo de desconocidos, entre quienes figuran Mónica, Enrique y Laura, conforma una red de micro-resistencia en torno a una panadería de barrio, movidos con la firme convicción de que la existencia es insoportable si se asume sin más la derrota, si no se planta cara a la tiranía. Una proclama, aparentemente inofensiva, reivindica sus acciones: “El Monte no es un lugar. El Monte está en Todas Partes”. El eslogan se hace viral e impulsa una miríada de micro-activismos que, aún desconectados, simulan una apariencia de movimiento revolucionario organizado. Así se pasa del activismo de barrio a la resistencia organizada y a la impugnación.
Pienso que nosotros necesitamos una frase así. Una proclama que nos conecte, que nos oriente hacia un mismo lugar, que active la potencia de esa fuerza de los débiles de la que nos habla Amador Fernández Savater; un “Me Too” o un “Nunca Mais” para resistir y contraponer al “Make America Great Again”, “La España que Madruga” y el “Sólo el Pueblo Salva al Pueblo”.
Mientras algún poeta de barrio inventa la frase prodigiosa que lance ese meteorito de amor capaz de movernos a todos, propongo recordar a Galeano, quien nos dejó aquel mandamiento para revolucionarios de barrio: “mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas puede cambiar el mundo”.
Hagámoslo posible. El monte está en todas partes.